09.01.2018

“Cada año otra vez…”

Hna. M. Sofja Spitcyna, Alemania

Cada año las Hermanas de María de Schoenstatt del Centro de Formación Marienland en el Monte Schoenstatt celebran Navidad junto con el equipo de empleados del Centro. En este año la celebración tuvo lugar cerca de la fiesta de Navidad, el 17 de diciembre.

 

Marienland: centro de formación y segundo hogar

El Centro de Formación Marienland se encuentra en la próxima cercanía del lugar de fundación del Movimiento internacional de Schoenstatt: del santuario original y la Iglesia de la Adoración, en la que está la capilla del fundador, donde se halla la tumba del fundador, Padre José Kentenich.

Para muchos miembros de las agrupaciones femeninas del Movimiento de Schoenstatt, Marien­land es su segundo hogar, es su casa en común. Aquí reciben fuerza para su vida cotidiana cuando se realizan días de encuentro comunitario, jornadas de todo tipo, ejercicios espirituales. Pero tam­bién llegan a Marienland muchas otras personas y agrupaciones. Sea que busquen aquí descanso personal o que vengan en grupos, los empleados colaboran para que todos estén bien atendidos y se sientan en casa.

Gratitud a los empleados

Para las Hermanas de María, esta celebración es una buena oportunidad para agradecer a sus treinta empleados por su servicio y comunicarles algo de la espiritualidad de Schoenstatt y de su alegría en la fe.

Celebración de Navidad en el año dedicado al Padre Kentenich

La celebración de Navidad comenzó en la capilla de la casa que estaba preparada con adornos navideños. Aquí, los empleados llevaron al pesebre sus preocupaciones y alegrías, abriendo sus corazones para el Niño Dios, invitándolo a nacer nuevamente en ellos en la Navidad. En este año dedicado al Padre Kentenich, que transita el Movimiento de Schoenstatt en preparación a la con­me­moración de los cincuenta años de su fallecimiento, el mismo Padre Kentenich tenía que “hablarles” a los empleados. Durante el momento de oración, por eso, se le ofreció a cada uno  una tarjeta con una frase del Padre Kentenich. Causó admiración a cuántos les resultó tan ade­cuada esta frase a la situación de vida por la que estaban pasando o cómo les dio respuesta a alguna pregunta que hacía tiempo se venían planteando. Para algunos, este punto del programa, apa­rente­men­te tan secundario, se convirtió en un verdadero punto culminante de la celebración.

Para los presentes también fue impresionante un pequeño filme sobre los tres últimos años de vida del Padre Kentenich, pudiendo constatar a cuántas personas se brindó el Padre Kentenich.

Celebrar juntos – alegrarse unos por otros

Después de tanto “alimento sobrenatural” era hora de dirigirse al comedor festivamente adorna­do. Gustando del café y de la torta y otras cosas ricas, surgieron diálogos interesantes, que contri­bu­yeron a la alegría que empleados y Hermanas tuvieron unos por otros.