Hace poco tiempo me fue dado celebrar mi jubileo de oro como Hermana de María.
Miro retrospectivamente con gratitud. Mi decisión de aquel entonces de ingresar a la comunidad de las Hermanas de María teniendo yo 21 años de edad, fue seguramente una de mis mejores decisiones. Jamás me arrepentí de esto. A través de ello me fue dada la gracia de vivenciar en 1967 al Padre y Fundador, Padre Kentenich, y ser acogida por él personalmente.
Decir sí con alegría
Ya siendo niña mi corazón ardía por la misión, y muchas veces ahorré para el bautismo de un “niño pagano”. Cuando tenía algo más de 40 años me fue planteada la pregunta de si estaría dispuesta a ir a Burundi/África Central: enseguida dí mi sí con alegría.
Otro sueño de mi infancia se cumplió a mis 60 años. A nuestra Comunidad se le pidió si se podría encargar a una Hermana la pastoral y el acompañamiento a los moribundos en un centro para personas mayores. Mis superioras pensaron en mí – sin que hubiesen conocido mi deseo secreto.
María viene a peregrinar
Ahora acompaño, desde hace ya 12 años, a personas mayores en su último camino, muchas veces con María en el símbolo del santuario peregrino. A menudo experimento cómo vela Ella con los enfermos y los moribundos. El libro de oraciones que la acompaña estimula muchas veces a los familiares a aprovechar bien el tiempo junto al lecho de enfermo. El Padre Kentenich me ayuda a encontrar las palabras acertadas y asistir a las personas orando. La santa Misa y Rosario diarios son muy valorados por las personas mayores. Si lo desean, les llevo diariamente la Santa Comunión a los enfermos. En Pascua reciben no solamente un conejo de Pascua sino también una botella de agua bendita hermosamente adornada.
Su rostro resplandeciente
Hace poco visité a un hombre evangélico enfermo. Le pregunté si quería que rezara con él. Él me tendió ambas manos y me dijo con rostro resplandeciente: “Me alegro mucho por estar pronto con el Señor.” Murió en esa misma noche. Yo agradecí y veo todavía su rostro resplandeciente.
Una señora que esperaba ya largo tiempo el llamado a la vida eterna, me dijo muy desilusionada: “Perdón, todavía vivo!“ Le contesté que nos alegramos de que aún esté entre nosotros. Tres días después murió muy aliviada.
Junto a un señor muy enfermo que recibía pocas visitas, canté un canto mariano. Al cantar las palabras “María, ayuda”, realizó casi desapercibidamente su último respiro.
Empatía y amor
Sí: se ha cumplido un deseo de la infancia. Me alegro de que también otros noten qué tarea hermosa y enriquecedora tengo. Un señor me escribió:
“Quiera el Señor Dios protegerla, de modo que esté Ud. largo tiempo con nosotros, con su empatía y amor por sus semejantes.”