Hermana Mariwarda
La hermana Mariwarda entró en nuestra comunidad en 1946, a la edad de 23 años. Debido a su carácter extrovertido, estuvo involucrada, desde el principio, en el trabajo con los peregrinos en Schoenstatt, y pudo guiar a mucha gente a la Capilla de las Gracias y familiarizarlos con la espiritualidad de Schoenstatt y el Fundador, el Padre José Kentenich. Cuando las primeras Hermanas fueron enviadas a Australia en 1951, ella se ofreció también para la nueva misión. Pudo ir en 1956 con cuatro co-hermanas. Era una verdadera pionera, abierta y positiva hacia todo lo nuevo. No rehuyó ningún problema y se tomó las sorpresas con calma. Con humor y alegría, confianza en Dios y servicio a los demás, cumplía sus respectivas tareas.
Aprendió a apreciar Australia,
tuvo ojo para la belleza de la naturaleza y para las personas y sus necesidades sin pensar en sí misma. «Nunca tenía prisa», dijo una mujer de la parroquia, «tenía el corazón abierto para todos, nos escuchaba con calma, nos animaba y siempre nos levantaba».
Cuando recibió un ramo de rosas justo antes de morir, lo devolvió a las hermanas con la petición de que lo llevaran a la capilla y escribió una breve oración:
«Padre celestial, cada rosa, un sí renovado a tus deseos.
Que cada espina te diga: ‘Padre, perdona mis quejas y mis reclamos’.
Sujétame fuerte de tu mano».
Esta fue la esencia de su única y breve vida: aferrarse a la mano del Padre celestial con un sí dispuesto a su deseo y voluntad.
Su firmeza en Dios y en la comunidad
le dio a la Hna. Mariwarda el valor para emprender siempre nuevas iniciativas justo al comienzo de nuestra misión en Australia. Poco después de su llegada a Australia Occidental, ella y otra hermana fueron enviadas al este del país, a Sydney, con la idea de establecer allí, una segunda casa filial. Con valentía emprendieron el largo viaje a Sidney – en aquella época un viaje en tren de tres noches y dos días – para atender el hogar de una anciana que al mismo tiempo les ofreció la oportunidad de terminar sus estudios en docencia.
La Hna. Mariwarda asumió con valentía todas las dificultades asociadas a esta nueva iniciativa: Estudiar por la noche, trabajar durante el día y pedir ayuda financiera para comprar una casa para nuestras hermanas en Sydney. Se atrevió a todo por Schoenstatt en Australia sin escatimar esfuerzos.
labor de pionera
Después de unos años dedicada a la enseñanza, se le encomendó de nuevo la labor de pionera en la construcción de una nueva parroquia en una zona residencial de rápido desarrollo en el área de Sydney. Esto estaba muy en consonancia con su naturaleza. Cuando la gente le preguntó en una de las primeras reuniones por qué se había hecho hermana, dijo simplemente: «para llevar a la gente a Dios y darles un hogar». «Entonces estás en el lugar correcto», fue su respuesta espontánea.
Con toda su persona se dedicó a su tarea, que hoy se llamaría consejera pastoral. Pero ella era mucho más. Organizaba las clases de catequesis y toda la vida parroquial, se dedicaba a las Hermanas como Superiora, ayudaba al párroco – en palabra y en obras, era madre del pueblo, consejera de las familias, amiga de los niños.
Como presidenta de la Sociedad de San Vicente de Paúl pudo aliviar a muchas personas y su situación de pobreza. Con su forma de ser alegre, sencilla y original, era muy popular entre la gente y era bienvenida en todos los comités. Su gran cantidad de ideas le dio mucha vida y alegría.
Ella logró traer a muchas personas al Santuario de Schoenstatt y abrió sus corazones a la espiritualidad de Schoenstatt. Con celo dio a conocer en muchos círculos al Padre y Fundador, al que estuvo profundamente unida durante toda su vida, como una probada defensora.
saludo de despedida
En su saludo de despedida, pocos días antes de su muerte, agradeció a su comunidad, a la Familia de Schoenstatt y a todos los amigos que la acompañaron, especialmente en los últimos meses.