Pequeñas vivencias en Dachau
y en el camino
Sus explicaciones marcaron una gran diferencia.
Después de un recorrido de Dachau[1] con estudiantes, quería volver a casa. Una señora se me acercó delante de la “Jourhaus”[2]. Se alegró de haberme reconocido como Hermana de María de Schoenstatt, por mi vestido. Era una familia perteneciente a la Federación de familias en Brasil. Venían de Schoenstatt y querían visitar el memorial en Dachau, antes de continuar su viaje. Decidí acompañarlos para mostrarles al menos los lugares más importantes. Gracias a Dios no hacía tanto calor como los días anteriores. El memorial estaba abarrotado de gente.
La señora sabía algo de alemán. Con el MPHC nos las arreglamos lingüísticamente. Había dos hijos adolescentes con nosotros. Así que también intenté tenerlos en cuenta. Por desgracia, esta vez no tenía folletos en portugués ni en español. La familia me lo agradeció mucho. Estábamos felices por la obra de precisión de la Divina Providencia que nos habíamos conocido: ¡un «regalo de la MTA[2]«! Al regresar a mi casa, les envié por correo electrónico material en portugués. La señora me lo agradeció mucho. Escribió, entre otras cosas:
«… Damos gracias al buen Dios por sus atenciones para con nosotros, en Dachau. La MTA tomó cuidado de nuestro viaje en todo sentido, y podemos decir que su presencia fue un regalo para nosotros…
Gracias a Dios tuvimos unas buenas vacaciones. Desde Alemania visitamos a una sobrina en España y luego dejamos a nuestra hija en la JMJ de Lisboa.
Gracias de nuevo por su abnegación y por dedicar su tiempo a acompañarnos en nuestra visita a Dachau. Su presencia y sus explicaciones marcaron una gran diferencia. Que el buen Dios le recompense. Quede con Dios y al cuidado de nuestra MTA …»
Obra de precisión de la Divina providencia
Unas semanas más tarde tuve una experiencia similar con una joven alemana. Me dirigía a almorzar con unos sacerdotes schoenstattianos procedentes de Burundi. Una joven se me acercó emocionada justo delante del portón «Arbeit macht frei«³: «¿Dónde puedo encontrar al Padre Kentenich? Recé tanto para que saliera bien y ¡ahora me encuentro con usted!». Estaba visiblemente contenta. Había estado en la Juventud de Schoenstatt, me contó brevemente. Esta vez – gracias a Dios – tenía material conmigo. Pude darle algunas cosas del recorrido (de Dachau) con el grupo de sacerdotes. Ella lo encontraría por sí misma, pensé. Le di el material informativo y me fui con el grupo de sacerdotes al comedor. Una vez más, me impresionó la «obra de precisión de la Divina Providencia» de que yo cruzara el portón de entrada, en el momento exacto en que llegaba la joven.
Un pequeño regalo en el camino
Iba de camino al médico con una Hermana mayor y quería pagar en la máquina del estacionamiento, pero no tenía suficiente cambio. Era inútil. Miré a mi alrededor para ver si había alguna tienda cercana donde cambiar dinero. Vi una pequeña peluquería y entré. El señor, un extranjero, me atendió enseguida. Me preguntó en qué monedas necesitaba el dinero. Luego quiso saber cuánto costaba. Sin más preámbulos, apretó la cantidad, 1,50 € (euros – equivalente a $1.60), en mi mano y se inclinó reverentemente. Me quedé sin habla. Yo no quería eso en absoluto. Al parecer, se había sentido honrado de que una Hermana hubiera entrado en su negocio. Así que acepté el regalo, le di las gracias y me alegré de su amable comportamiento. Se lo conté a mi compañera en la sala de espera y elevé una oración de agradecimiento al cielo. Había encomendado al Padre (José) Kentenich[2] la petición del «estacionamiento» y también le di las gracias. En el camino de vuelta vi un auto con «JK» en la matrícula, ¡una alegría adicional!
Estaba comprando en el supermercado. Me fijé en un hombre algo desaliñado con una barba larga. También me miró a mí, pero no dijo nada. Había una pequeña cola en la caja. Cuando intenté pagar con tarjeta, el hombre se me adelantó sin mediar palabra. Se limitó a mirar a la cajera y utilizó su tarjeta para pagar por mí. Al principio no supe qué pasaba, pero no quise causar revuelo. La cajera me saludó con la cabeza. Le di las gracias y casi me avergoncé. Pero después me sentí feliz por este regalo inesperado de este señor.
Hacia el atardecer, me dirigí a la gasolinera. Esta vez, una joven madre estaba de servicio. Le acompañaba su hija pequeña. La niña me preguntó: «¿Es usted una abuela? Reflexioné un poco sobre la pregunta y pensé: ¿Tan vieja parezco o es que a la niña le recuerda a una abuela mi atuendo? Con palabras sencillas quise responder y dije espontáneamente: «No, pero si estuviera casada, probablemente sería una abuelita». Mientras tanto, un señor de mediana edad se había acercado a la caja registradora y quería pagar. Parecía haber oído la conversación y dijo: «En realidad, usted está casada… ¡con el buen Dios!” Me quedé asombrada. Nunca habría esperado una reacción así. Incluso la joven, probablemente musulmana, entendió su objeción. Reaccionó así: «Sí, es que pensé que la niña no lo entendería todavía…». Me despedí amistosamente y volví a casa. Por el camino, surgió en mí una alegría interior por esta hermosa experiencia. Recordé el momento de la Vestición[4]cuando se cumplió mi gran deseo de ser «Esposa de Cristo».
Alrededor de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ 2023), había dos grandes grupos (de peregrinos) en Dachau: procedentes de Brasil y de Paraguay. Hicimos tres subgrupos de cada uno. A pesar del poco tiempo disponible, fue una experiencia profunda para los jóvenes, como se podía sentir. También nosotros, los conductores (guías) del recorrido quedamos impresionados. Uno, de Brasil, dirigía por primera vez un grupo de Schoenstatt y se alegró mucho de conocer a los jóvenes de su patria. Un ayudante de la Federación de Familias, se alegró de estar con el mismo guía que en 2014. Por la noche me escribió: «…todavía muy impresionado por la hermosa experiencia con los jóvenes de Paraguay en Dachau, le envío fotos… Para mí este día fue una experiencia muy grande. La cooperación con la
Sra. K.-H. también fue excelente.”