¡Dios en pañales!
«¿Qué aspecto tiene la imagen de Dios que irradia hasta nosotros desde el pesebre?
¡Dios en pañales! Allí Dios se revela como el Dios de un amor inmensurablemente divino y misericordioso, como el Dios de un amor inefablemente divino y condescendiente y de un amor divino sabio, extremadamente inefable.
El amor que nos muestra aquí el Dios-hombre – Dios en pañales- es un amor extremadamente condescendiente. No es sólo que asuma la naturaleza humana, es decir, que deje la gloria del cielo y se haga hombre. ¡Et Verbum caro factum est! Asume una naturaleza humana capaz de sufrir. Quiere poder sufrir, quiere que se le permita sufrir. Asume una naturaleza humana extremadamente indefensa, la naturaleza de un niño. Y sabemos que no tarda en tomar incluso la forma de pan. Et exinanivit semetipsum -así lo vuelve a confesar en resumen el apóstol Pablo- “Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Fil. 2,7). Un amor condescendiente. Y con esta naturaleza humana, una naturaleza capaz de sufrir, una naturaleza indefensa, tomó sobre sí mismo todas las realidades que la naturaleza humana puede y debe de alguna manera sobrellevar hasta el final de los tiempos. Detrás de esto está la gran ley: lo que no es asumido por la naturaleza humana del Dios-hombre, lo que no ha sido asumido, no será redimido. ¿Y el efecto de esta humillación sin fin, el efecto de esta condescendencia sin fin?”
“¡Dios en pañales, después, Dios en la cruz!»
J. Kentenich: Homilía en la Nochebuena, 25 de diciembre de 1963