El 15 de agosto conmemoramos la Asunción de María al cielo como Reina del cielo y de la tierra.
La fiesta de la Coronación de María
se celebra siete días después. Creemos que tiene su lugar junto a Cristo Rey; resplandece como Reina e intercede por nosotros como Madre.
En la oración de la Pequeña Consagración nos dirigimos a ella como: «Señora mía, Madre mía» („Meine Gebieterin, meine Mutter»). Nos entregamos completamente a ella como Reina y Madre, confiando en su cuidado amoroso y en su omnipotencia. Le damos todo lo que somos y tenemos, no nos guardamos nada. Anhelamos confiar en Ella en las cosas grandes y pequeñas. Nunca deja de preocuparse por nosotros, incluso cuando nosotros pareciéramos estar muy lejos. Ella permanece siendo nuestra Reina.
¿Por qué podemos dirigirnos a ella como Reina? Nuestro Padre y Fundador, el Padre José Kentenich, nos dice:
“Es Reina en virtud del derecho de sucesión. … ¡María es Reina! Este título, el contenido de este título es heredado de Cristo y es porque el Dios Eterno e Infinito, planeó esta dualidad indisoluble desde la eternidad.
Pero también es Reina en virtud del derecho de conquista. Si tenemos en cuenta la posición de la Virgen en el plan de salvación, podemos, incluso debemos decir, que a Ella le costó nuestra Redención. Por supuesto, ahora tendríamos que comprobar lo que tuvo que pagar por nuestra redención. Pero por eso también tiene derecho a ser reconocida como Reina, como Reina de la Cristiandad.
Y, por último, es reina en virtud del derecho de elección. ¿Cuántos han elegido a la Virgen como Madre y Reina desde la niñez? Pensemos en nuestra familia. No sé si existe hoy una familia religiosa que haya elegido a la Virgen como «Dominam, matrem, advocatam» – Reina, Madre, Abogada – en la misma medida que nosotros lo hemos hecho.” (31 de mayo de 1966, en Nuestra Misión Mariana, pp. 25-26)
En esta fiesta, consagrémonos una vez más de manera especial a nuestra Reina y reflexionemos sobre cómo se ha mostrado realmente como Reina en nuestra vida.