Nuestro SchönstattZeit
6 países y 20 chicas, cada una con su propia historia, cultura y particularidades,
Durante enero y febrero la Mater nos hizo el regalo de experimentar Schoenstatt en el lugar de origen, ¡en nuestro terruño, nuestra tierra de Schönstatt!
Nuestro SchönstattZeit sumó 58 días de vivir, aprender, experimentar, trabajar, compartir, hablar, estrechar lazos y rezar. 6 países y 20 chicas, cada una con su propia historia, cultura y particularidades, pero todas en el mismo camino – llevar Schoenstatt dondequiera que fueran.
En algunas casas empezábamos el día junto a Jesús, en la misa diaria con las Hermanas. Y luego del desayuno, empezaba nuestra jornada de trabajo, ayudando en nuestras casas, a limpiar y organizar, eran un total de 4 horas de trabajo al día, en la cocina, el lavadero, la capilla…
Con nuestro trabajo aprendimos a ocuparnos de los detalles, a menudo realizando actividades que nunca antes habíamos tenido la oportunidad de hacer, como bordar un mantel para el altar del santuario y para el sagrario, estar junto al trono de la Virgen, ordenar el santuario. A través de nuestro trabajo, pudimos convertirnos en pequeñas Marías, velando por Jesús como lo hacía María, entregando cada acto al cielo. ¡Aprendíamos mucho cada día, nuevas formas de trabajar, nuevas costumbres!
Además del trabajo diario, tuvimos momentos de formación, cada día con un tema nuevo y una Hermana distinta, lo que nos trajo mucha alegría, después de todo, ¡aprendimos mucho de cada Hermana y de cada perspectiva!
A través de los encuentros con las hermanas y entre nosotras, pudimos compartir como lo hicieron los Apóstoles. Nos animamos y renovamos en nuestro ardor apostólico, profundizamos en los detalles de la historia de Schönstatt, y de la vida del Padre Kentenich, cuando hablamos de los elementos del santuario original y tocamos muros sagrados por donde habían pasado muchos santos. Allí estábamos nosotras, ¡en los mismos bancos que Nuestro Padre Fundador estuvo con los primeros congregantes!
Una vez, en una reunión con el matrimonio sacristán del santuario Original, escuchamos lo del anuncio de la detención del Padre Kentenich en Coblenza, enel mismo lugar donde ocurrió todo, en la casa de la alianza.
En otras conversaciones, por ejemplo, se nos animaba a ser pajaritos, libres y felices en nuestras elecciones; a convertirnos en hijas de un Padre, un Padre que nos ama de verdad y que nos envía para irradiar ese amor en el mundo.
Estos momentos fueron muy valiosos, porque además de aprender y profundizar cada vez más en Schönstatt, ¡compartimos diferentes perspectivas, intercambiamos ideas y visiones.
20 chicas, 6 países y 4 idiomas distintos…
Vivir en comunidad
fue mucho más de lo que esperábamos, tener el corazón abierto para aprender y conocer distintas culturas y perspectivas de la vida, especialmente en la rutina diaria, aprendiendo de las costumbres y experiencias de cada una. Vivir en comunidad puede ser a menudo un reto, pero dejarse guiar por la Madre de Dios y contribuir al capital de gracias para nuestra autoeducación es sin duda la parte más gratificante. Al vivir en una cultura diferente con chicas de distintos países, podemos aprender a escuchar a Dios a través de las demás. En las diferentes maneras de afrontar las situaciones, en las conversaciones, en las dificultades, en la amistad. En nuestras amigas encontramos musicalidad, alegría, compañerismo y un poco de cada héroe de Schönstatt, cuando tuvimos que entregar nuestras voluntades para ayudar al grupo, o alguna chica que necesitaba de ayuda.
Con mucha alegría podemos decir que en Schönstatt nos encontramos con hermanas de vida, que ahora están en todo el mundo.
Además de todo lo vivido en nuestra tierra schoenstattiana, viajamos muchas veces a muchos lugares donde se extiende el hogar y
la historia de nuestra familia… en Gymnich descubrimos la grandeza del amor que nos generó y nos adentramos a la historia de fragilidad de nuestro Padre.
– En Metternich aprendimos lo valioso que es entregarnos a Schönstatt y dejarnos conducir por Dios Padre a través de la Hermana Emilie, Munich con su encantador y acogedor santuario, Colonia con su catedral que transmite la verdadera belleza de la iglesia.
– Dachau con su carga histórica y su riqueza; cuando se ve de cerca una realidad que parecía tan lejana, esa experiencia crea un espacio especial reservado para ella, ciertamente saber cuánto sufrió nuestro Padre y Fundador en ese tiempo y en ese lugar, sólo nos hizo estar seguros de su santidad y de la certeza que vivía con el corazón de un hijo que estaba en libertad, en el amor y la presencia de Dios.
En cada viaje había momentos que los marcaban y que quizás no nos dábamos cuenta en ese momento de lo que significaban, pero que la Madre nos mostraría más tarde. Lo que nunca nos faltó fue alegría. En todo momento estábamos unidas por un mismo ideal, deseosas de buscar y seguir cada paso de nuestro fundador. A quien pudimos acercarnos más y fortalecer nuestro vínculo con Él, realmente saberlo y sentirlo Nuestro Padre.
El 27 de enero pudimos presenciar la vestición de 9 jóvenes que recibían el vestido de María, de la Comunidad de las Hermanas de María de Schönstatt. Ver la entrega y plenitud de cada novicia que allí entregaba su SÍ a Dios fue uno de los momentos más conmovedores de toda nuestra estadía en Schönstatt, comprobar hasta qué punto la Madre de Dios cultiva cada corazón y muestra su verdadero camino hacia la felicidad.
El cariño, la apertura y la hospitalidad de todas y cada una de las Hermanas realmente hicieron que nos sintamos en casa y lo agradecemos de corazón.
En Schönstatt caminamos como los héroes que pasaron. Experimentar la naturaleza era como estar constantemente en presencia de Dios, y nos inundaban las gracias.
Ciertamente fue un tiempo que marcó en cada una, un antes y un después en nuestras vidas y que sólo podemos explicarlo viviéndolo en nuestro día a día, siendo testigos de ese amor, ese amor que es más grande que todo.
¡Schönstatt está lleno de la presencia de la Santísima Trinidad, y nosotras lo hemos experimentado!
Maria Luiza Fonseca, Brasil – Rafaelle Nogueira, Brasil – Luján Viveros, Paraguay